Enfoque Clásico de la Administración

La administración como invención de la modernidad, surge en los principios del siglo XIX como una manifestación de la razón instrumental al servicio del capitalismo  industrial. Esta circunstancia permitió consolidar los primeros intentos por teorizar formalmente la practica administrativa, con base a los aportes de Taylor, Fayol, Mayo y Weber. Sus ideas que se orientaron a buscar las mejores formas de alcanzar la eficiencia industrial, desatendieron la compresión ontológica del sujeto humano en la organización.
Para esto se creía que el ser humano está destinado, por su capacidad única de autorreflexividad, a la búsqueda de aquello que lo libere, lo emancipe de todas las formas de coerción que harían de él un ser- objeto; a la búsqueda de aquello que lo regrese a sí mismo, y lo conduzca a la realización de lo que él es por vocación: un ser dotado de conciencia, de juicio propio y de libre albedrio, que aspira a su propia elevación, en lo que lo diferencia respecto del resto de los seres vivos. Por este hecho, el hombre debe ser considerado como un “ser genérico”, creador de lo que constituye su medio, su sociedad y en consecuencia, de sí mismo.[1]
La administración emerge de una figura de razón, cuyo sentido teleológico está orientado a la maximización del capital en un escenario corporativista. Este corporativismo, en el cual se crea una pugna de intereses entre capitalistas, director y empleado, es heredado de la revolución industrial, y simbólicamente ha significado el secuestro de la idea de racionalidad humana renacentista. Además, ha contribuido a socavar la legitimidad del individuo como ser autónomo en una sociedad democrática, y lo ha doblegado al culto del interés propio en el marco de una tecnocracia.
En el nuevo orden productivo y laboral que establece la sociedad industrial, el poder del hombre sobre la naturaleza, lo mismo que los bienes productivos por el poder, se hallan acaparados, y la apropiación de la naturaleza por el hombre social se transforma en propiedad privada de los medios de producción. De esta forma la racionalidad material de la industrialización enajena la libertad de dominio que tenía el hombre sobre sí mismo  y el mundo. Así, la administración, como contribuía de esta lógica industrial, sustrae la consideración  humano-racional del individuo. En este sentido se reconoce la primacía por la racionalidad técnico-económica deshumanista a la empresa y conduce al empobrecimiento de los sistemas humanos y sociales, cuando se tienen en cuenta únicamente las finalidades financieras.
Puede decirse entonces, que la administración surge como disfunción la razón objetiva  que mutua en razón instrumental. Su base está constituida desde el preludio del siglo XX sobre la base delo interés particular.
El hombre ha llegado a inventar maquinas y a desarrollar la ciencia que ha quedado paradójicamente atrapado con ellas, como un elemento inerte, como una “cosa” y que se configura así el final del triste hombre renacentista:
La maquina y la ciencia que orgullosamente el hombre había lanzado sobre el mundo exterior, para dominarlo y conquistarlo, ahora se vuelven contra él, dominándolo y conquistándolo como un objeto mas. Ciencia y maquina se fueron alejando hacia un Olimpo matemático, dejando solo y desamparando al hombre que les había dado la vida.
Lo que se sugiere es que el hombre pasa a ser “esclavo de su propio invento” ya que su despertar racional acaeció en los labores de de la modernidad, que lo libero de la ignorancia y le permitió una mayor comprensión y lo deja atrapado en un mundo tecnológico y mecanizado.
Entonces el hombre se encuentra así encarnando la figura simbólica de un autodepredador, en una manifestación extrema de su individualidad a favor de su interés egoísta, conforme a los inventos taylorista de principios del siglo XX.
Cuando la valía del hombre pasa a ser calificada en la medida en que garantice el mayor resultado de una formula matemática o económica prescrita, se desprecia su estatus humano y se le   reduce al estado de una sola cosa, esta es una concepción similar a la que Taylor tenia del hombre, una especie de objeto mecánico. Esta es la primera iniciativa que haya pretendido fundarse en la ciencia para estudiar y dominar en conjunto los problemas humanos de la industria.
Un ejemplo de lo que realizó Taylor es  su experiencia relatada en el año de 1961, acerca del manejo de lingotes de hierro en la planta industrial de la Bethlehem Steel Companym donde selecciono a un obrero prototipo para que se sometiera a un estudio durante la carga y descarga de lingotes a cambio de ganar más dinero por lo que realiza. A partir de este momento Taylor pudo demostrar que  un obrero puede movilizar aproximadamente 48 toneladas de lingotes de hierro, frente a las que comúnmente hacia 12,7. Con este experimento concluyo lo siguiente: que cuando se elije el trabajador adecuado se ha creado la ciencia de hacer el trabajo y se ha adiestrado a este hombre para trabajar conforme a lo anterior (mayor eficiencia).  Además consideraba que los detalles de eficiencia deberían tratarse de manera individual, se indico un control minucioso y exagerado que se hacía sobre cada una de las decisiones que deberían tomarse para realizar una tarea.(Homo economicus).
Taylor asegura que  el objetivo de la administración será el de asegurar la máxima prosperidad para el patrón conjuntamente con la máxima prosperidad  para el empleado, esta es una expresión de racionalidad instrumental, a través de la cual el empresario busca ampliar el espectro utilitario de su negocio.
Entonces la medición exacta de los movimientos y desplazamientos de los obreros, la selección y adiestramiento por insignificante que sea, su interrelación cooperativa con el patrono y la aplicación de una ciencia del trabajo contribuirán a que la eficiencia sea un hecho irrebatible y generalizable.
Con lo realizado anteriormente concluyó lo siguiente: El control de la tarea no debe ser voluntad del obrero  sino que debe estar a cargo de la dirección de la empresa, la flojera o pereza del obrero.
  • El hombre y la empresa: una relación de naturaleza funcional
Henry Fayol se ocupaba de los problemas de eficiencia que había en las organizaciones, su trabajo solo fue considerado hasta la primera publicación de administración industrial y general en 1916, debido al efecto que tenían las ideas tayloristas en esa época.
Introduce 14 principios que garantizarían el buen funcionamiento de la empresa, los cuales emanan de la experiencia, son: la división del trabajo, la autoridad, la disciplina, la unidad de mando, la unidad de dirección, la subordinación de los intereses particulares al interés general, la remuneración, la centralización, la jerarquía, el orden, la equidad, la estabilidad del personal, la iniciativa y la unión del personal. (1961)
Fayol consideraba que los problemas de eficiencia se deben a una incorrecta distribución  de los recursos y las operaciones en la organización. A partir de esto estableció recomendaciones que le ayudarían a fijar el modo óptimo de la organización formal. Decía que en todo género de empresa la capacidad esencial de los agentes inferiores es la capacidad profesional característica de la empresa y la capacidad esencial de los altos jefes es la capacidad administrativa. Entonces para el sujeto  en la organización esta agrupado en dos campos de acción:  los obreros que tienen capacidad técnica y los jefes, los cuales son poseedores de la capacidad administrativa.
Fayol entablo una jerarquización en la organización a través de la cual fluye la comunicación y la autoridad, las ordeno en seis grupos de operaciones: técnicas, comerciales, financieras, de seguridad, de contabilidad y administrativas.
Por lo anterior el fayolismo ve a la empresa como un conjunto de funciones ligadas entre sí por el vinculo reciproco entre autoridad y comunicación ya que se refiere a un estudio de la organización como un todo (estudio funcional-estructural), por la propuesta que realiza acerca del funcionamiento del cuerpo social.
Se puede decir que siempre que exista una correcta organización interna, las personas encargadas de realizar las tareas no son relevantes, pues la naturaleza de las funciones no corresponde  a las personas, sino a su correcta descripción, por lo que podrían ser movilizados de una actividad a otra sin mayores inconvenientes. Para el fayolismo la empresa pasa a ser una estructura formal de relaciones funcionales, donde el carácter del hombre es secundario e instrumental, por lo cual las relaciones entre los hombres no se dan en términos afectivos sino de interacción funcional y jerárquica.
Para Fayol el sujeto era solo un ente funcional que actúa regularizado a un estándar de operaciones descritas en detalle. Por lo anterior los 14 principios son considerados como un manual de convivencia, enfocados más hacia la organización que al individuo, siendo este  un recurso de producción que se adquiere en un mercado de trabajo en las mismas connotaciones de los demás recursos productivos  y se ajusta sin inconvenientes  a lo que se planee.
En consecuencia al asumir al hombre como un ente regularizable mediante un plan detallado de funciones, lo disminuye a un simple estado de recurso productivo intercambiable, por lo cual se le niega capacidades intelectivas y afectivas y se le olvidan ciertas características heredadas de la cultura.
Gracias al auge que tomo el pensamiento taylorista, sus recomendaciones fueron rápidamente acogidas por los empresarios de la época que creyeron fielmente en sus principios como la mejor forma de alcanzar la eficiencia y movilizar a los empleados para que aportaran el máximo de su rendimiento.


[1] Omar Aktouf, La estrategia del avestruz p.223.